La capital de la región de Aquitania, patrimonio de la UNESCO, está situada en el suroeste del país, en un meandro del Garona, muy cerca de la desembocadura de este río en el Atlántico. El puerto fluvial de la ciudad, llamado el puerto de la luna por su forma curva, ha sido clave para el desarrollo de la urbe desde tiempos antiguos. Y hoy en día, el magnífico paseo junto al río, creado hace pocos años por el paisajista Michel Corajoud, es una zona que invita a pasear y, a la vez, un paisaje que sorprende y encandila al visitante primerizo cuando llega en coche. Sobre todo de noche, como nos ocurrió a nosotros.
Llegamos la noche anterior después de seis horas de conducir desde Barcelona. El viaje no llegó a hacerse pesado porque hacía un día de primavera muy soleado y los campos salpicados de rojo y amarillo animaban a seguir adelante. Además, las áreas de servicio en las autopistas francesas son muy numerosas y están muy bien cuidadas. Aunque habíamos estado en la zona del
Perigord Noir, desconocíamos Burdeos por completo, de modo que la bienvenida que nos dio la
Place de la Bourse, elegantemente iluminada, nos dejó claro que íbamos a pasarlo en grande.
Centro histórico de Burdeos
Nos alojamos en el
hotel De la Presse, situado en pleno centro, en la calle peatonal Porte Dijeaux. Nos pareció un alojamiento muy cómodo, moderno y práctico. Después de dormir y desayunar, salimos a la calle para encontrarnos con Veronique, nuestra guía ese día.
Veronique era una señora muy dicharachera que hablaba muy bien en español, por mucho que nos advirtiera que le costaba mucho diferenciar los verbos ser y estar. Gracias a ella, durante cuatro horas aprendimos unas nociones básicas de la historia de la ciudad, nos enseñó las especialidades de la región y nos recomendó buenos restaurantes y lugares encantadores para pasear.
El moderno y céntrico hotel donde nos alojamos
Y es que Burdeos es una ciudad perfecta para pasear y pasear. Nos internamos por las callejuelas empedradas del casco antiguo y empezamos a alucinar con las típicas casas francesas del s. XVIII, de piedra calcárea, con sus balcones estrechos y barandillas de hierro forjado, y sus tejados de pizarra gris. La gran mayoría de estas calles son peatonales y todo el barrio se restauró entre los años setenta y ochenta. Según nos explicó Veronique, a finales de los noventa apenas había tiendas en ese barrio, solo restaurantes, oficinas y garajes. Pero a partir del 2005 comenzó a venir más gente a la ciudad y empezaron a abrirse tiendas de decoración, de antigüedades y bares. Hoy en día es un barrio muy moderno repleto de tiendas y locales interesantes, donde se respira un ambiente muy acogedor.

Al parecer, Burdeos ha mejorado muchísimo en los últimos años. Antes, las casas del barrio antiguo estaban negras por el hollín de las chimeneas y por el humo del tráfico. Hoy en día, con las calles exclusivamente para peatones y la restauración de las fachadas, Burdeos luce de veras. Además, la capital de Aquitania es una ciudad que no ha parado de crecer desde que se derribaron las murallas medievales. Primero fue el comercio del vino, que floreció cuando Leonor de Aquitania se casó con Enrique II de Inglaterra. Con el control de los ingleses, se empezaron a exportar barricas de vino, sobre todo el «French Claret» o
clarete francés y los viñedos de los alrededores empezaron a extenderse para responder a la demanda. Fue gracias a este vino que se estableció la fama de Burdeos como región viticultora. Más tarde, en el s. XVIII el comercio de Burdeos con las Antillas, sumado al comercio con el vino y el ya famoso clarete supusieron un nuevo impulso para la ciudad, que derribó las viviendas medievales cochambrosas para edificar las elegantes casas tan típicamente francesas que pueden verse en la actualidad.
Bares con mucho encanto donde sentarte a tomar un café tranquilamente
De hecho, desde 2007 Burdeos es Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, en concreto el espacio protegido de 150 hectáreas del casco viejo y 1810 hectáreas que comprenden tanto edificios antiguos como de arquitectura moderna. En esto contribuyó seguramente la rehabilitación que inició en 1996 el alcalde Alain Juppé, y que terminó hace pocos años con el nuevo paseo del río, la total restauración de las fachadas y la instalación de transporte público no contaminante como autobuses con gas o el moderno tranvía.
La porte de Cailhau, antigua entrada de la muralla
La ciudad sigue creciendo, ya que se están creando nuevos barrios a medida que el puerto de mercancías se desplaza más hacia la desembocadura y se aleja de la ciudad. Por ejemplo, en pocos años se habrá creado un barrio nuevo en la zona de Bassins à Flot. Y dentro de dos años se construirá el Cité du Vin, un nuevo museo del vino que promete ser «un nuevo Guggenheim». Por otro lado, la zona de La Bastide, en la orilla opuesta del río, se está renovando con arquitectura moderna. De hecho, ya hay una visita guiada centrada en arquitectura contemporánea que recorre los edificios más destacados y vanguardistas.
Una pescadería muy molona en la Rue Notre Dame
Todo esto nos lo fue contando Veronique mientras nosotros hacíamos fotos y mirábamos embobados en todas direcciones. Para empezar, nuestra guía también nos mostró las mejores especialidades de comida, como el canelé, un bizcochito con forma de flan recubierto de caramelo crujiente. O el aperitivo bordelés más típico: el Lillet.
El Lillet es el aperitivo típico de Burdeos
En el paseo por el casco viejo, cruzamos la larguísima calle rue Sainte Catherine, el viejo Decumanus de la ciudad romana, y pasamos por la Place du Parlement, una plaza muy bonita con una arquitectura muy homogénea. Por allí nos recomendó el bar La Comtesse, que marca su estilo modernillo con una entrada muy original decorada a base de regaderas y muñecos. Esto se ha convertido en una tendencia entre los bares de la zona, como el bar Michel’s, con una clientela básicamente de autóctonos, que ahora cambia la decoración cada seis meses. Un buen restaurante para comer marisco fresco es el Le Petit Commerce, que incluye una especie de pescadería.
Y el canelé el dulce típico
Después de pasar por la place de Saint Pierre y su iglesia, llegamos a otra plaza, la place Camille Julian, repleta de terrazas, y donde se halla el
Utopia, el único cine que conozco construido dentro de una antigua iglesia. En el bar de este cine se sirve la cerveza Mascaret, que se llama así por las grandes olas que se producen en el equinoccio. Luego bajamos por la
calle Pas-Saint-Georges y Veronique nos llevó a ver la panadería de un amigo suyo. Ya antes de entrar en
La Fabrique, aunque no hay rótulo que indique este nombre, el olor a buen pan y cruasanes te inunda las fosas nasales. Esta es una panadería de las que ya no quedan, donde se hace pan de verdad, pan que dura hasta cuatro días sin endurecerse. El propietario le comentó a la guía que tiene pensado envolver los bocadillos con mapas de la zona que incluyan detalles interesantes que visitar en la ciudad y nos pareció una idea muy buena. Saliendo de la panadería, Veronique se encontró con otro conocido en la cola de clientes: el propietario del
restaurante Le Rubon, que está algo más alejado. Siguiendo por la misma calle, y casi en frente de la panadería, hay una tienda de quesos franceses que es una auténtica tentación, la
Fromagerie Deruelle.
Utopia, un cine y restaurante en una antigua iglesia
Cuando llegamos a la plaza Lafargue, Veronique nos contó que el torreón medieval que veíamos al final de la calle era la
Grosse Gloche, la gran campana, un campanario público edificado en el s. XV. Entonces dimos media vuelta y volvimos a subir por la rue des Bahutiers, para ver una casa que destaca entre el resto por su tejado a dos aguas y porque es de las pocas que se conservan de antes del s. XVIII, concretamente es de finales del XVI, aunque lógicamente está restaurada. Después torcimos a la derecha y entramos en la
place du Palais. En esta plaza el sol ya brillaba y me encantó el lugar por la solemne puerta medieval que da al río, la
Porte Cailhau. Como la Grosse Gloche y las murallas de
Carcasona, esta puerta tiene los típicos torreones terminados en tejados puntiagudos y se asienta sobre los restos de la muralla del s. XIV. Como esta puerta defendía la ciudad frente al río, delante suyo se alzaba antaño la fortaleza que da nombre a la plaza, el
Palais de l’Ombrière, donde nació la famosa Leonor de Aquitania.
Place du marché des Chartrons un buen lugar para comer
Pasamos por la puerta medieval y nos topamos de frente con el río Garona. Subimos por el soleado paseo del río y nuestra guía nos recomendó un bar muy señorial que hay allí, el Grand Bar Castan, que tiene una decoración muy original y rocosa en el interior.
Finalmente, siguiendo el río llegamos a la
Place de la Bourse, una plaza monumental que siglos atrás fue la plaza real. Con su construcción, Burdeos se abrió al río, ya que hasta entonces la ciudad había vivido de espaldas a él, para protegerse de posibles ataques. Hoy en día los edificios que conforman la plaza albergan las oficinas de la Cámara de Comercio, de las aduanas,
un restaurante con tres ambientes y un museo gratis muy interesante: el
CIAP o Centro de Interpretación de la Arquitectura y el Patrimonio. Se trata de una pequeña exposición donde se puede aprender de forma amena y visual la historia de la evolución de Burdeos (incluye textos en español).
Atacando los profiteroles :)
Esta magnífica plaza frente al río se complementa muy bien con unas fuentes que hay en el paseo, el Miroir d’Eau (Espejo de agua) frente a la plaza. Estas fuentes despiden vapor de agua que atrae a los turistas y luego el agua forma una superficie espejada en el que se reflejan los edificios de la plaza y hasta el campanario de la iglesia que se ve más abajo, lo que da pie a que los expertos en fotografía puedan sacar todo el partido posible al lugar.
Después volvimos a internarnos en la ciudad para ir directamente al centro neurálgico, en la Place de la Comédie. Allí se alza el imponente Grand Théatre de estilo neoclásico. El interior de este teatro de 1780 está hecho totalmente de madera, lo que le proporciona una acústica muy buena. En julio y agosto se organizan visitas por solo 3 o 4 euros que según Veronique valen mucho la pena.
Catedral de San Andrés
Luego pasamos un momento por la oficina de información turística, que estaba llena de gente, y nuestra guía aprovechó para recomendarnos algunas tiendas de vino que hay en los alrededores, como la Max Bordeaux, La Vinothèque du Bordeaux o el Bar a Vin en frente de la oficina de turismo, un lugar exclusivo para degustar vinos.
Amplia gama de vinos de Burdeos en la Vinothèque de Bordeaux
Más tarde seguimos hasta llegar a la Place des Quinconces, donde se alza una columna enorme rodeada de estatuas, la Fontaine des Girondins. Allí nos subimos al tranvía de la línea B (la roja) para ir hasta el barrio del vino, junto a las antiguas dársenas Bassins à Flots. Durante el trayecto, Veronique nos contó que los antiguos almacenes de vino junto al río quedaron abandonados en los años 30 cuando el puerto se trasladó más al norte. A partir de los 70, se revalorizó la zona y actualmente hay restaurantes, tiendas outlet y tiendas de vino.
Me hubiera quedado a vivir aquí…
Al bajarnos del tranvía, pudimos contemplar el puente que se inauguró en el 2013. El puente Jacques Chaban-Delmas (nombre del antiguo alcalde de Burdeos) es un puente muy moderno que puede elevarse para dejar pasar embarcaciones altas, pero es especial porque se eleva de una sola pieza en lugar de partirse en dos mitades como es habitual. Luego subimos de nuevo al tranvía y volvimos por la misma línea hasta la estación del barrio de Chartrons. Por el camino, la guía nos recomendó el Bistrot du Fromager, situado en el paseo fluvial.

El barrio des Chartrons es un lugar alejado del centro turístico con mucho encanto. Es especialmente recomendable pasear por la rue Notre Dame. Al principio está el museo del vino, llamado Musée du Vin et du Negoce, donde se puede aprender mucho sobre la influencia del vino en la historia de Burdeos. Esta calle tiene tiendas de antigüedades y de decoración exquisitas, además de bares cosmopolitas. Un buen lugar donde comer, muy auténtico, es la plaza del mercado (Place du Marché des Chartrons), repleta de restaurantes de todo tipo con terrazas. Veronique se despidió de nosotros en este punto, porque por la tarde tenía una visita guiada a los viñedos de los alrededores de la ciudad. Por cierto que esta visita es interesante porque permite probar vinos de dos denominaciones de origen diferentes.
Place du Parlement
Pero volviendo al tema, nos quedamos a comer en la plaza del mercado, en el restaurante Le Carré, donde nos pedimos el menú du jour y nos quedamos la mar de contentos. De postre nos trajeron dos profiteroles. Solo eran dos, pero de tamaño gigante. Con la barriga muy llena, seguimos deambulando por la rue Notre Dame, ahora ya sin guía y a nuestro aire, haciendo fotos por todos lados. Entonces llegamos al Jardin Public, unos jardines preciosos y muy bien cuidados que incluyen un museo botánico y un museo de historia natural.
Jardín Botánico de Burdeos
Seguimos callejeando en dirección al centro y, al llegar, entramos en una de las vinotecas que nos habían recomendado, la Vinoteque du Bordeaux, para comprar un poco de vino típico de la zona. Según Veronique, uno muy tradicional es el bordeaux-clairet, de sabor afrutado y color muy rojo. Uno de los dependientes hablaba español y nos ayudó un poco a elegir. El resto de la tarde lo pasamos recorriendo algunos lugares que habíamos recorrido durante la visita guiada y otros que Veronique nos había comentado. Fuimos a ver la catedral de Saint André, con sus enormes contrafuertes restaurados y el campanario o torre Pey-Berland, con la estatua dorada de Notre-Dame de Aquitania en lo alto.
Contrafuertes de la catedral
También nos zampamos un canelé en la pastelería Canelés Baillardran Café de la Rue de la Porte Dijeaux. Uno pequeño nos costó 2,50€. Dimos una vuelta por la zona del Marché des Grandes Hommes y alucinamos con las tiendas de altos vuelos que se ven allí.
Aquí también me instalaría una temporada a vivir…
Y cuando ya nos dolían las piernas de tanto caminar y teníamos la mirada cansada de ver tantos rincones preciosos de la ciudad, recorrimos la
calle des Remparts y casi nos volvimos locos. Todo allí eran tiendas muy monas. En un momento dado, uno de nosotros le dijo al otro: «Mira eso de allí, qué bonito», a lo que el otro respondió: «todo», porque era verdad, no había lugar que no nos pareciera bonito. Quizás solo estábamos cansados o nos dio un poco el
síndrome de Stendhal, pero estaba claro que Burdeos nos había gustado hasta no poder más.
Para terminar el día, fuimos a cenar temprano en una crepería bretona del barrio viejo, donde nos zampamos unas galettes sarracenas de campeonato en la creperie La Fromentine. A la propietaria deben gustarle mucho las vacas, porque toda la decoración consiste en fotos y figuras de vacas en diversas posiciones y disfraces.
Galettes bretonas en Burdeos
Esperamos que esta pequeña vuelta por Burdeos os haya gustado y os anime a visitar esta ciudad francesa. Nosotros fuimos sin ninguna expectativa y nos sorprendió muy positivamente. Con este artículo hemos intentado reflejar que quedamos totalmente encantados. Si queréis más información sobre Burdeos y que excursiones hacer por la zona no os perdáis la guía de la escapada de tres días a Burdeos (que publicaremos en breve).
Paseíto nocturno para bajar la cena
Datos de interés:
1. Hotel de la Presse. Habitación doble con desayuno: 75€
2. Billete tranvía individual: 1,40€, bono de 10 viajes: 11,30€. Los billetes para el tranvía se pueden comprar en las paradas.
3. Restaurante Le Carré. Menú del día: plato + postre: 15€, entrante + plato + postre: 19€, bebidas a parte (agua gratuita).
4. Canelé de Burdeos: 2,5€
5. Crepería La Fromentine: menú (ensalada + galette + crep dulce): 12€, sidra: 5€
Gran Teatro de Burdeos y la escultura de Jaume Plensa